A tu ángel de la guarda

Ángel de la guarda…

Lo reconozco, es un título muy cursi. No tenía claro qué palabras utilizar. Hace unos meses me llegó la historia de una lectora, que había pasado por una etapa muy complicada. Cuando me habló de cómo consiguió afrontar el problema, quién le había tendido la mano, los denominó así, ángeles de la guarda. Así que por ella y por tu ángel de la guarda, van estas palabras.

Creo que nuestras decisiones deciden gran parte de nuestras fortunas o nuestras desgracias. Sin embargo, hay otras veces, en las que las malas noticias llegan solas. Dicen que cuando sabes que el final será amargo, pero lo sabes, al llegar se lleva mejor que cuando no te lo esperas. Diría que las malas noticias inesperadas son los golpes más grandes que la vida te puede dar. Pero aun así, te puedo decir que, aunque sepas cómo culminan los peores presagios, aun así duele enormemente.

También creo; y siempre me colgaré de este verbo incierto porque en esta vida, como siempre digo, no se tiene nada por seguro; que el único que puede hacerte salir de un problema eres tú mismo. Es decir, si no tienes claro que quieres arreglar o superar algo, cualquier esfuerzo ajeno es en vano, porque el único responsable de tus actos, para bien o para mal, eres tú. Pero lo que es indudable, es que hay personas, personas jodidamente maravillosas, que te lo harán mucho más fácil. No sé si tienes a alguien en mente, no sé si es un familiar, un amigo, una pareja o un simple conocido que se convirtió en mucho más porque a la vida le dio por sorprenderte. De hecho, puede que la persona de la que más esperabas te fallara, y otra con la que no contabas, te diera todo lo que necesitabas. Cuestión de expectativas, de valores, y de sentimientos entrecruzados.

Porque ayudar a alguien a superar un mal momento es algo muy complicado. Para empezar, porque si esa persona te importa, también te afecta. El hecho de verla mal, de sentirla frágil, hace que tú mismo te desmorones. Pero tampoco me vale como excusa, porque cuando alguien que te importa está mal, tienes que sacar fuerzas de donde no las tienes para ser fuerte por los dos. Sólo entonces demuestras que todas las palabras que le dijiste un día son ciertas, sino, como todo, se las llevará el viento. También es complicado porque hay tristezas que se acomodan en pecho, se aferran, se agarran, y no se sueltan. Y es día tras día la misma historia, viendo como todos tus esfuerzos no tienen respuesta. Pero, aunque no lo creas, consigues algo. Poco a poco, aunque no lo parezca, vas prendiendo la llama que acaba con el frío glacial. Todos, por fuertes que seamos, necesitamos alguien así en nuestras vidas.

La verdad, se me pasan recuerdos por la cabeza, y me parece mentira que aun sabiendo lo feliz que podemos hacer a una persona con un simple gesto, muchas veces no nos decidamos a hacerlo. O que nos comportemos como capullos sin tener ni idea de por lo que está pasando. Por eso los necesitamos, esos ángeles de la guarda, por llamarles de algún modo. A esas personas que no tiran la toalla, que te agarran fuerte y no dejan que te caigas. Que te sacan la sonrisa aun con los ojos empañados en lágrimas, que hacen mejorar tu día a pesar de haber perdido toda esperanza. Que se olvidan de tu horario, su cartera, las distancias o lo cansados que tengan sus músculos. Personas que perfeccionan cada detalle y lo convierten en el mayor de los regalos. Personas que no esperan un “gracias”, que no lo necesitan, y que muchas veces ni siquiera han oído esas siete letras de tu boca. Personas que han antepuesto tu felicidad a la suya, que han rechazado grandes propuestas para que tu obtuvieras una mínima oportunidad de encontrar la tuya. Por eso, creo que es el momento oportuno para decírselas si no lo has hecho hasta ahora.

A tus ángeles de la guarda, que aparecen cuando más los necesitas pero menos te lo mereces. Mil gracias.