SECCIÓN: CONFESIONES DE UNA TREINTAÑERA.
Hace unos días, una amiga nos contó que tenía una reserva ovárica muy baja. Nos pusimos tristes. Ese mismo día, volviendo a casa en autobús, solo veía embarazadas por la calle, como cuando no te baja la regla y te ves más barriga y hasta te convences de que has sentido algo dentro, pero no, solo era un pedo, y te baja la regla, y menos mal. El caso es que me preguntaba qué historia llevarían con ellas. Si lo habían conseguido a la primera, o si habían recorrido el largo camino de la fecundación in vitro en el que pagas, y te pinchan, y pagas, y al final lo que menos te duele es el cuerpo y el bolsillo, y te duele más el corazón y la cabeza.
Me preguntaba si sería un bebé deseado por su madre, por su padre, por los dos o por ninguno. Fue un paseo en bus muy intenso. Nunca pensé que una noticia así iba a afectarme, o más bien nunca pensé en la existencia de esa noticia, o en que algún día yo misma me preguntaría cómo están mis reservas y no las de cerveza en el frigorífico.
Tengo una amiga embarazada que me confiesa que a veces se le olvida, y nos reímos. Dice que a veces se despierta y se ve la barriga y parece que solo cenó mucho la noche anterior. Y que tiene un poco de miedo, aunque es sin querer.
Cuando era pequeña, una amiga de mi madre que tenía dos niños, anunció a mis padres que estaba embarazada de una niña, algo que siempre había deseado. Todos lloraban, estábamos en el salón de mi casa y yo no entendía nada hasta que mi madre me lo explicó y entonces lloré yo también porque pensé que era lo que se hacía en esos casos. Vi a esa amiga de mi madre varias veces después, y un día me acordé de ese bebé y pensé que no lo había visto por ninguna parte. Mi madre me explicó muy triste que ya no estaba, que lo había perdido, y ese día lloré de verdad, porque pocas veces había visto a mi madre tan triste, y porque no sabía que los bebés se perdían.
Con mi amiga embarazada también hablo del reloj biológico, y de la presión del tiempo. Un amigo me confesó entre lágrimas, en un bar, que un tiempo después de haber roto con su ex, lo que peor llevaba era hacerse a la idea de que tenía que abandonar su sueño de ser padre. Yo le dije que tenía treinta y pocos y que tenía mucho tiempo, que podría ser padre a la edad que quisiera, que no se presionara, y le hablé de Julio Iglesias.
También le dije que hay que encontrar a la persona adecuada, o hacerlo solo, y que una familia es mejor formarla porque así lo sienta, no porque forme parte de sus planes. Le dije todo eso, pero entendía cómo se sentía. Él me contó que unos amigos homosexuales llevaban años tratando de adoptar, y que estaban perdiendo la esperanza. Estuvimos un rato en silencio, con la cabeza gacha, pedimos otra cerveza y cambiamos de tema.
Creo que he aprendido mucho sobre los sentimientos de las mujeres y los hombres sobre la maternidad y la paternidad. Sobre la presión, las dificultades, el tiempo, el coste, el sacrificio, las expectativas. Creo que he aprendido mucho, y que me queda mucho por aprender. Ojalá pudiera contarlo a gritos, para que todos supiéramos un poco más, sobre todo para evitarnos esa conversación que a veces cae en la sobremesa por parte de algún conocido: y tú, ¿cuándo vas a tener un hijo?
