Y todo es tan normal y tan extraño.
Hoy te he vuelto a ver. No recuerdo la última vez que lo hice. En realidad sí, a quien pretendo engañar.
Se me he parado el cuerpo, se me han doblado las rodillas, y el corazón ha ido por su cuenta. Podía escucharlo retumbando entre mis costillas, tratando de buscar una salida.
He pensado en girarme, salir corriendo, pero me he quedado justo ahí, sin moverme un centímetro, observándote.
Un paso, dos, tres.
Te has girado y me has visto, y he sonreído como respuesta. Qué otra cosa se supone que debía hacer. Cómo estás, qué tal todo, pasaba por aquí.
Tus labios se mueven mientras pienso que te veo bien. Que te tengo de frente, y todo es tan normal y tan extraño. Estoy bien sola. Esto que ves no es fruto de la casualidad, me lo he currado.
La gente dice que estoy mejor sin ti, que es mejor así, que no tenía que ser. Pero he dado una calada del humo que sale de tus pulmones, y uff, por un segundo he echado de menos la nicotina.
Hoy te he vuelto a ver. Me pregunto qué estarás pensando mientras me recorres, disimulado, la mirada por el cuerpo. Me gustaría preguntarte si te acuerdas de aquella vez que, si sigues teniendo ese gusto terrible por. Me gustaría contártelo todo y volver a estirar las noches como solíamos hacer. Pero te respondo con un par de frases formales, y una sonrisa a medias.
Esta memoria tan traicionera, solo me recordaba por qué te miré la primera vez y no la última.
Hoy te he vuelto a ver y, joder, qué incendio, qué naufragio y desvarío.
Qué latigazo del pasado, qué arañazo al presente.
Qué puto vértigo.
Más textos en mi libro «La chica de la mesa cuatro«.
