Se conocieron a base de clics.
Y fue un match a primera vista, a través de la pantalla. Él salía sonriente, parecía agradable, amable, divertido. En fin, no era más que una simple foto tomada desde un buen ángulo, en Tinder. Su historia comenzó tras un par de citas y empezaron una especie de relación. Cuando vives una primera historia de amor, no tienes inconveniente en proclamarte novio o novia de nadie. Pero cuando te has llevado una decepción y parece que el miedo se apodera de ti, te da por no querer poner etiquetas, por no preguntar por sentimientos o por ataduras. Y, aunque en un principio no quieres forzar la situación, al final las preguntas acaban por volverte loca. En cualquier caso, ella prefirió no preguntar. Llevaban viéndose un par de meses y parecía que las cosas funcionaban bien.
Después de desplantes de otras personas que sólo buscaban sexo, que tenían un aspecto totalmente diferente al de la foto, o simplemente todos aquellos que nunca llegaron a presentarse, parecía que éste era diferente. Un día, hablando sobre un tema cualquiera, quizás sobre qué tal les iba el día, a qué hora quedaban, o algo similar, él dejó de escribir. Simplemente dejó de contestar. Y ya está, sin motivos aparentes, sin explicaciones. De aquello hace más de un año. Y ella no supo nada más de él, que seguía conectándose y usando sus redes sociales.
Y, después de historias así, con personajes de carne y hueso, te preguntas si realmente, en este mundo paralelo de filtros y likes, llegamos a conocer a alguien de verdad.
Sí, no, sí, no.
Hemos cambiado el deshojar margaritas por la aplicación de Tinder y nuestro dedo vuela por la pantalla. Encontrar el amor nunca había sido tan fácil, o tan difícil, como cada uno lo quiera ver. Dicen que ya no hay que esforzarse en iniciar la conversación en el autobús o atravesar con la mirada a la chica apoyada en la barra. Ahora nuestra mejor arma está en el bolsillo: nuestro móvil.
Algunos dicen que se trata del mejor invento y que sirve de gran ayuda cuando eres tímido o vives en ciudades grandes. Cuando entro corriendo en el metro de Madrid y tengo la fortuna de encontrar un sitio libre, miro a mi al rededor. La mayoría de las personas que me acompañan apenas despegan la cara de las pantallas de sus móviles. Me gusta observarles desde mi sitio, imaginarme sus vidas desordenadas y ajetreadas. Y cuando les veo salir corriendo del vagón, me replanteo lo difícil que es conocer a alguien en una gran ciudad si no has vivido siempre en ella. Siempre con prisas, con tantas cosas que hacer, con largas distancias y horas muertas en el metro, con tanta gente pero tan pocas personas. Otros dicen que este tipo de aplicaciones sólo nos vuelven más fríos. Que frivoliza las relaciones y que, en el fondo, solo es una herramienta para buscar sexo y evitarse las copas de la discoteca.
Pero yo creo que de lo que se trata es de seguir conectando.
A través de Internet o corriendo por el parque. Pero que al final del día acabe en unas copas, en una película, en un paseo por el centro. Cara a cara, de la mano, cruzando miradas y compartiendo sonrisas. Que cada uno utilice sus propias técnicas, con Tinder o con un postit en la mesa, pero que el objetivo sea una buena conversación, sean sentimientos disimulados en gestos y no en iconos. Que no haya tiempo de buscar en Google para ser el más interesante. Que no haya tiempo de borrar y escribir de nuevo. Que no haya margen de error y seamos naturales, magníficamente imperfectos. Y, sobre todo, que no utilicemos al amor para acabar en la cama de nadie. Que podemos ser claros con nuestras intenciones y, si en algún momento cambiamos de opinión, ya nos dice Vetusta que dejarse llevar suena demasiado bien.
El amor sigue ahí, dispuesto a encontrarte y a darte todo lo que tiene. Cada puedo puede encontrarlo a su manera. Antes y ahora, en tiempos de Tinder.
El amor siempre se abre paso, cuando llega puedes tratar de huir pero igual te alcanza, si ha de tocarte te toca hagas lo que hagas, te puedes enamorar en internet pero también en la cola del supermercado, en una terraza, en un local de copas, dando un paseo, en la playa… está en todas partes, no solo en la pantalla de un móvil.
Muy buena tu entrada, me gustó mucho ¡¡
Me encanta. «De lo que se trata es de seguir conectando». Creo que a mucha gente le vendría bien leerlo. Dicho esto, lo voy a compartir : )
Enhorabuena por tus palabras. Saludos desde Mallorca.
¡Hola, Elvira!
Si te soy sincera, nunca he sido muy fan de estas redes sociales para ligar. De hecho, llámame antigua, pero nunca me he abierto un perfil en una red de este tipo jaja. Siempre he preferido el contacto cara a cara, piel a piel, el mirarse a los ojos sin pantallas de por medio y juzgar a alguien por su carácter, en lugar de descartarlo porque sale feo en su foto de perfil.
Sin embargo, creo que se puede encontrar el amor a través de estas redes y tener relaciones sanas y buenas, personas que no busquen solo sexo. Como bien escribes, lo importante es conectar, sin importar el medio en el que haya surgido esa conexión. Gracias por hacerme siempre disfrutar y relfexionar con tus palabras, de verdad.
¡Un fuerte abrazo! ♥