Hace diez años, se dice pronto, entraba por primera vez por las puertas de lo que iba a ser mi instituto durante los próximos seis años. Llevaba la mochila a la espalda con libros que bien podían pesar una tonelada, cada uno con su cuaderno correspondiente, cuya portada podría ser un completo desastre o una obra de arte a base de bolis de colores. Todos sabíamos que las mochilas de ruedas eran para los niños más pequeños, esos de primaria. Psch, pringaos.
Entrabas en el instituto en primero de la ESO y te creías el más mayor de todos, al fin y al cabo en sexto de primaria veías en el recreo a todos esos pequeñajos que aún no sabían nada de la vida. Qué iban a contarte a ti. Y realmente, no te dabas cuenta de que por los pasillos del instituto te encontrabas a jóvenes que te sacaban ocho años y dos cabezas.
Por entonces, había discotecas en las que podías pasar siendo mayor de 14 años. La verdad es que lo pienso ahora y es una completa burrada. Pero ahí estábamos todos haciendo cola, completamente alucinados por pedirnos un Blue Tropic o, de locura, un Malibu piña. Sonaban canciones como aquel remix de la niña que tenía su pompón, y luego daría paso al reggaetón que proporcionaba una razón más que suficiente para restregarse los unos con los otros: bailar. Recuerdo las paredes más oscuras de las discotecas repletas de parejas que se conocían de un “quieres rollo con mi amiga”.
Cuando llegas a bachillerato, empiezas a verlo todo diferente. Ves a todos esos críos de doce años fumando por las esquinas, dándose “morreos” por los pasillos, pegándose patadas con toda su rabia a la salida del instituto. Esos críos que, maldita sea, no pueden siquiera pasar del metro de alto. Y te convences a ti misma que, “en tu época”, no erais así. Y comentas con tus amigos que cada generación es peor, que qué está pasando con la sociedad, y poco a poco te vas dando cuenta de que cada vez te pareces más a tu abuela. Da miedo.
Y en bachiller todo da un vuelco, y aunque tenga que afirmar que fueron unos años donde viví la fiesta al máximo, creo que no he estudiado tanto en mucho tiempo. Pero, tarde o temprano, lo pasas. Tienes que decidir qué hacer con tu vida. En mi caso, la universidad. Y una vez que entras allí te das cuenta de la grandísima mierda que era el instituto. Entraba a las ocho y media de la mañana, ¿qué hora es esa? A partir de entonces solo querría conocerla para volver a casa. ¿Seis horas seguidas de universidad? Te parece el fin del mundo, mientras que has estado seis años de tu vida con esos horarios.
La universidad te cambia. Te hace crecer y te hace madurar. Especialmente si estudias fuera. Te da la oportunidad de conocer a otro tipo de personas más allá de los amigos de tu colegio, más allá de la malota de turno que ahora mismo la ves por la calle y piensas… quien lo diría. Empiezas a tener un interés diferente por viajar, por conocer, por aprender. Quién iba a decirte a ti que entrarías en todos los museos por tu propio pie, y no con tu madre tirándote del brazo. Quién te iba a decir a ti que te iba a gustar la cerveza, cuando antes te conformabas con una Sandy. Quién te iba a decir a ti que ibas a acabar odiando el Malibu Piña.
El primer año de universidad es como si entraras de nuevo en aquella discoteca a los 14 años, vuelves a alucinar. Es otro mundillo diferente y piensas, gracias a dios, aún me quedan cuatro años más. Puto tiempo, qué deprisa pasas.
Y aquí estamos hoy. No he podido evitar ponerme nostálgica al ver la foto de la orla de mis amigas y pensar, cuánto habéis crecido. Y que feas salís. Es broma, el birrete os da un aspecto muy intelectual. ¿Y ahora qué? Algunos nos vemos en mayo, en la graduación; otros quedaremos algún día, por contarnos qué tal nos va, si es cierto que logramos lo que nos proponíamos aunque el panorama, claro está, no está muy de nuestra parte. Siempre dicen que los amigos que se hacen en la universidad son para siempre, eso espero, no es mi intención ponerme cursi ni nada por el estilo. Pero parad por un momento, y pensad que nos quedan apenas unos meses para acabar con otra etapa de nuestra vida. Que en unos años, miraremos atrás y pensaremos, cómo podría llevar yo estas pintas.
Personalmente, desearos lo mejor desde Italia, a todos. Y que algún día pueda encender la televisión y decir refiriéndome a la presidenta de España, ¡yo a esta la conozco, iba conmigo a la universidad!, o refiriéndome al Premio Nobel de la Paz, al mejor cocinero, a una abogada de prestigio, a un astronauta o lo que de verdad queráis ser en la vida. Esto no es un adiós, es un hasta pronto. Gracias a todos por haberme pasado los apuntes cuando lo necesitaba.
Intentaba escribir algo parecido, pero después de leer esto… jaja creo que desisto y le daré otro enfoque. Cuanta verdad en cada palabra, en cada linea. Enhorabuena!
¡Muchas gracias! Me alegro que te haya gustado lo que has leido, y cómo tu dices, se puede escribir por muchos motivos pero, ante todo, que no falte la diversión, porque si se escribe como obligación está claro que las palabras no fluyen igual ¡Espero que vuelvas a escribir!
Me encanta este post, yo también estoy en el último año de universidad y no quiero que esto termine. Estos son de los mejores años de nuestra vida. Otra ciudad, nuevos amigos, independencia…
Me encantaa tal cual lo que estoy viviendo estos años en la universidad es literal! Espero poder disfrutar un poco más de mis amig@s que aún se quedan uno o dos años más.
Y es un placer haber formado parte, haber dejado huella en compañeros que terminan este año y que espero volver a reencontrarnos.
Experiencias increíbles!!