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No tengo muy claro cuándo nos conocimos. Él, un chico tímido, atractivo, de mirada profunda y amable sonrisa. Yo solía veranear allí con mi familia, para que mis padres pudieran descansar del ritmo loco de la cuidad y del trabajo.

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El pueblo no era muy grande, estaba decorado a base de naranjos, y su olor me hacía estornudar de felicidad. En verano olía a mar y a barbacoas en la playa. Por las noches, los más jóvenes nos íbamos a la plaza o nos sentábamos en el parque, a lo alto de la iglesia, donde charlábamos y algunos que otros malgastaban sus primeras caladas.  Y precisamente allí es donde comenzamos a hablar; amigos en común y días de playa. La química entre ambos fue inmediada e inevitable, como si nos conociéramos de siempre. Qué sensación tan agradable y tan peligrosa. Irremediablemente, me enamoré de él.

Mis amigas lo conocían por un tipo romántico, por lo que yo les contaba. Fueron buenos años, de idas y venidas entre el sur y Madrid; siempre que podía venía  a verme a la universidad. Derecho no fue tarea fácil pero siempre tuve claro que yo quería luchar por el futuro, demostrar toda mi valía, mis ganas de llegar más lejos. Por entonces, eran muchas las expectativas de mis padres. Al finalizar la universidad él se mudó a Madrid, la distancia empezaba a quemar, y pronto encontró trabajo. El destino, le dije yo.

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Sin embargo, Madrid no era como esperaba. El ajetreo, las multitudes, los ruidos, las prisas. Todo le molestaba y pronto el trabajo dejó de ser lo que él quería. Me hablaba de cómo echaba de menos el pueblo y me pedía que me fuera con él. Sin embargo, allí mi carrera de derecho habría terminado, por lo que le propuse mudarnos de cuidad. Otra en la que pudiéramos estar los dos cómodos. La tierra de los Molinos fue la solución, y dejé mi familia, mi querido trabajo, mis amigos, y mi vida para empezar una nueva con él. Era lo justo, él ya lo había hecho por mi.

Allí inauguramos nuestro quinto año juntos. De nuevo, encontró un trabajo; parecía que le iba mejor. Yo continué buscando el mío, sin suerte. Trabajé en puestos relacionados con el derecho pero pronto me desanimaba cuando resultaban ser temas de administración. Él fue mi paño de lágrimas, y sus consejos me llevaron a dedicarme al hogar y darle vueltas a eso de crear juntos una familia. Sentí que mi carrera laboral estaba terminada, todas mis aspiraciones tiradas por la borda. Pero las ganas de ser madre afloraron en mí, y no sé si fue mi tiempo libre, mis relaciones, o sus súplicas, pero en apenas unos meses me quedé embarazada. Mi madre se sorprendió con la noticia, aún recuerdo sus ojos tristes mirarme a través de la ventanilla del coche. Cuánto lo siento mamá. Si me hubieran preguntado años atrás, yo misma habría negado con todas mi fuerzas esta posibilidad. Callé las voces de mi conciencia, argumentando con que los momentos no se buscan, simplemente, surgen.

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No sé si fue el cambio de mi cuerpo, tal vez mi mal humor. No tenía claro qué me pasaba, pero mi carácter se había amargado. Él ya no me miraba de la misma forma, no me hacía feliz. Y yo me sentía encerrada en esta casa. Mis hijos fueron la mayor de mis alegrías, nunca los hubiera cambiado por nada. Pero él se había alejado de mí, eran otras las bragas que bajaba por las noches, y su cuello, su pelo, tenían otro perfume. Un día descubrí todo lo que ya sabía, me estaba engañando. Discutimos, no me lo pudo negar, y no pudo evitar mirarme por lástima. En apenas unos párrafos de mi vida, estaba firmando el divorcio.

Y me senté aquí, en este banco, junto a ti. Y miré más allá del horizonte, mucho más allá. Leí las palabras desordenadas que cuentan mi vida, una vida que yo elegí a base de malas decisiones, de influencias descontroladas y de miradas tristes. Dejé mi trabajo, mis gustos, mis pasiones, y me convertí en una sombra. Me teñí de gris, y me dediqué a disfrutar una vida que no quería, que me sabía a óxido y gasolina. No supe parar y enfrentarme, simplemente hice lo que había hecho mal hasta entonces, quedarme al margen, afrontar los daños colaterales, seguir muriendo en mi propia vida. No puedo quemar los recuerdos que me atacan cada noche, cuando él me gritaba que no era nada, cuando perdía los nervios, cuando se le iba la mano, cuando la ansiedad me quitaba el sueño. Desde luego, no es algo que dependa de la educación, del dinero, de los estudios, nos puede pasar a todas.

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He intentado serlo todo, lo mejor que he podido. He intentado ser una buena mujer. He intentado ser una buena madre. Y lo he sido todo, menos yo misma.

Me miró.

Y ahora, – prosiguió – que he firmado todos los papeles. Ahora vamos a emprender una nueva vida, lejos de aquí. Donde los árboles huelan a naranja, y los días de sol nos tumbemos en la arena de la playa, a exfoliarnos las penas. Y todo esto te lo cuento, porque probablemente, nunca te daré una lección de vida como la mía propia. Sé la mujer que quieras ser, y hazlo por ti misma. Nunca nadie se preocupará tanto por ti.

 

Basado en una historia real

 

4 comentarios en «He intentado serlo todo»
  1. Me ha gustado leer esta historia, desde luego es para reflexionar, muchas veces parecemos vivir las vidas de otros, sin navegar en uno mismo, en lo que realmente queremos. Y al final todo sale, termina haciéndolo de alguna forma.

  2. Vaya historia, pero estoy segura de que hay muchas más como esta, a veces, demasiadas veces quizás dejamos de ser nosotros mismos por los demás, y creemos que va bien y nos gusta, hasta que un día todo explota. Me gusta mucho el final, «Sé lo que quieras ser y hazlo por ti misma»

    Por casualidad nuestra última entrada va de eso «A ti mismo» se titula, no tiene nada que ver con esta historia, pero nos aconsejamos a nosotras mismas y a todo el que lo lea que sea UNO MISMO y no se preocupe tanto por los demás.
    Os dejo el enlace, porque puede ser interesante para mucha gente

    Un saludo.

    Nos leemos!!

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